Desde hace unos años, los
diferentes gobiernos de turno, siguiendo las directrices marcadas por los
grandes capitalistas (patrios y europeos), vienen aplicando lo que popularmente
se conoce como “políticas de recorte”, que, en realidad, no son otra cosa que
la abolición de derechos adquiridos en décadas de lucha. Ahí tenemos la reforma
laboral, la sanitaria, la de las pensiones, la educativa, unidas a la
privatización de servicios públicos esenciales, para convertirse en otro
negocio más y llenar los bolsillos de la minoría parásita y explotadora que nos
gobierna… No queda un solo ámbito que no se haya visto afectado por esta
ofensiva, que constituye la mayor agresión del capital contra el pueblo
trabajador en los últimos 30 años, y con la que no se pretende otra cosa que
facilitar el trasvase de las rentas del trabajo hacia las rentas del capital o
lo que es lo mismo: cargar sobre las espaldas de los trabajadores los costes de
la crisis. A todo esto hay que sumar la represión creciente contra el
movimiento obrero y popular o la falta de legitimidad, que comienza a
convertirse en rechazo abierto, del régimen político nacido de aquella farsa a
la que llamaron “transición democrática”. Todo ello nos da las claves para
entender el gran descontento que se manifiesta en amplias capas de la sociedad.
Sin embargo, hasta el momento, los trabajadores y los
sectores populares no hemos sido capaces sino de mantener un conflicto de baja
intensidad para enfrentar toda esta situación, pese a lo numeroso de las
movilizaciones que se vienen desarrollando. Y esto demuestra que no basta con
movilizarse. Ante todo, es necesario tener claro cuál es el horizonte político,
económico y social hacia el que nos dirigimos. Sin objetivos claros, que vayan más
allá de la “lucha contra los recortes” o de la quimérica “regeneración
democrática”, es del todo imposible articular un movimiento obrero y popular,
combativo y transformador.
Nos encontramos en un contexto de agudización de la
lucha de clases, que exige un planteamiento muy diferente al que se nos propone
desde los movimientos ciudadanistas, que es la nueva careta bajo la que se
esconde el reformismo de toda la vida. Estos movimientos se caracterizan por
una ideología difusa, sin perfiles claramente definidos. Niegan la existencia
de las clases sociales, por ello, no hablan de obrerxs o de sectores populares,
sino de “ciudadanos”, que viene a ser un cajón de sastre donde cabemos todxs. En
algunos casos, defienden aquello de que no son ni de izquierdas ni de derechas,
discurso que en su momento ya defendió la Falange de Primo de Rivera o, en la
actualidad, la criptofascista Rosa Díez y su UPyD. Defienden la “regeneración
democrática” y otros planteamientos similares. Se declaran partidarixs de la no
violencia, sin especificar si se refieren a la brutal y terrorista violencia
del capital y de su Estado o al legítimo derecho de resistencia que los
pueblos, en todo tiempo y lugar, siempre han ejercido cuando sus derechos han
sido pisoteados o se les ha arrojado a una situación social absolutamente
insostenible. Este derecho de resistencia, también conocido como “derecho de
rebelión contra la tiranía”, no es un invento de lxs “radicales de siempre”,
sino que estuvo consagrado en el ordenamiento jurídico de las primeras
democracias burguesas. Cuando se nos condena a la miseria más insoportable,
cuando se nos niega el futuro, cuando se nos aboca al suicidio o a la más
profunda infelicidad, los pueblos están plenamente legitimados para ejercer
este derecho.
Quienes niegan la existencia de las clases, quienes
niegan la necesidad de desarrollar la lucha de clases, quienes niegan la
necesidad, no de regenerar, sino de superar de una vez para siempre este
podrido sistema, quienes se dedican a criminalizar y a señalar con el dedo
acusador, cual vulgares policías, a aquéllos que se limitan a ejercer un
derecho totalmente legítimo, sirven, en última instancia, a los intereses del
capital.
No hay salidas reformistas a la crisis. No hay
regeneración ni reforma posible del sistema. No hay nuevos “procesos
constituyentes” que realizar si no se destruye previamente el actual (des)orden
político, económico y social. Lo verdaderamente utópico es pretender que el
capitalismo deje de ser lo que es y se torne más benévolo para con lxs
oprimidxs y explotadxs. La única posición realista, la única salida a la crisis
en la que estamos instalados es la de la revolución. Alguien dijo que “no se
trata de sacarle brillo a nuestras cadenas, sino de romperlas en mil pedazos”.
“Toda experiencia
demuestra que el género humano está más dispuesto a sufrir siempre que las
desgracias sean soportables. Pero cuando una larga serie de abusos y
usurpaciones persiguen invariablemente el mismo objetivo, evidenciando el
designio a reducirlo bajo su despotismo absoluto, es su derecho y obligación
deshacerse de tal gobierno y de proveerse de nuevas formas de organización para
su seguridad futura”. (Declaración de Independencia de los Estados Unidos de
América, 1776)
“Cuando
el Gobierno viola los derechos del pueblo, la insurrección es para el pueblo, y
para cada porción del pueblo, el más sagrado de sus derechos y el más
indispensable de sus deberes” (Declaración de los Derechos del Hombre y del
Ciudadano, 1793)
*Por C.R.P. Villaverde