sábado, 15 de marzo de 2014

¿Reformismo o revolución?

    Desde hace ya demasiado tiempo estamos asistiendo (y sufriendo)a una doble crisis. Una económica, enmarcada dentro de la crisis sistémica del capitalismo, que se está traduciendo en un deterioro brutal de las condiciones laborales, sociales y económicas  de las clases trabajadoras. Otra política: asistimos al desmoronamiento de todo el entramado institucional, surgido de los últimos años del régimen franquista, desarrollado y pactado por todas las fuerzas políticas que en su momento se prestaron a colaborar para realizar aquello que llamamos la Transición.

    Tenemos una monarquía, totalmente cuestionada, sin ninguna legitimidad desde sus orígenes. Unas instituciones, tanto a nivel del poder ejecutivo, como el  legislativo y el judicial, totalmente alejados de las ansias de justicia social y de una vida digna que exigimos el conjunto de la clase trabajadora. La desafección de la población hacia la llamada clase política y los sindicatos mayoritarios, todos ellos inmersos en una corrupción escandalosa  evidente.

    Una de las consecuencias de todo esto es que el sistema bipartidista, la alternancia en el gobierno de la nación entre el PP y PSOE, está dando síntomas de agotamiento, apenas nadie cree en ellos, el “son todos iguales” se generaliza. En este panorama de desconcierto, observamos cómo tanto a derecha como a izquierda, la denostada clase política, intenta buscar soluciones para salvar el mayor número posible de muebles y seguir manteniendo su situación privilegiada.

    En el ámbito de una supuesta izquierda, desde hace tiempo están surgiendo diferentes movimientos o plataformas que lejos de ofrecer alternativas al sistema capitalista, lo que proponen es superar electoralmente a la derecha y propiciar de esa manera un cambio social, económico y político, ahora bien dentro de las normas impuestas por los detentadores del poder. Tenemos, entre otras, la Convocatoria Cívica, con personajes tan peculiares como Baltasar Garzón o Federico Mayor Zaragoza, el Frente Cívico de Julio Anguita, etc. En cualquier caso la que más repercusión mediática está teniendo es el Podemos de Pablo Iglesias y Juan Carlos Monedero. Uno de los objetivos de esta formación es convertir la “indignación ciudadana” en cambio político, lo que proponen, es algo así, como su regeneración democrática, sin cuestionar el régimen político surgido en 1978, manteniendo las reglas del juego que el sistema impone, persiguiendo esa contradicción de un capitalismo con rostro humano. Fingiendo una apariencia revolucionaria o antisistema, teatralizan un discurso como si fuera una alternativa de izquierdas, aunque éste no amenace ni cuestione a los poderes establecidos.

    En sus puntos programáticos, y con una ambigüedad deliberada, abogan por un programa de gestión humana del capitalismo, no plantean en ningún caso una opción de ruptura contra el sistema, sino el efectuar una gestión de izquierdas dentro de él. Hablan de recuperación de la soberanía nacional, de una democracia real, a través de la ocupación de espacios en las instituciones, cuando esa democracia real es una entelequia, en tanto que persista la propiedad privada sobre los medios de producción. Nos dicen que es posible una Europa justa y democrática, pero sin decirnos cómo. Abogan por un cambio del sistema productivo para que esté al servicio de las personas, ¿pero sin variar las relaciones sociales de producción?. Insisten en que sólo desde la ciudadanía puede venir la solución, obviando que ciudadanos somos todxs, desde las grandes fortunas, lxs banquerxs, lxs empresarixs, lxs directorxs de empresas, lxs trabajadorxs cualificadxs, lxs que no, lxs paradxs, lxs pensionistas; olvidando que lo que realmente existen son clases sociales y por lo tanto lucha de clases, término tabú para todos estos colectivos, que intentan ocultar a toda costa.

    Sus objetivos se sintetizan en el mantenimiento de las instituciones del sistema capitalista, engatusando a las clases populares, con el artificio de que a través del Estado democrático de derecho, la democracia representativa y el sufragio universal, se puede expresar la voluntad de la mayoría de la población, canalizando o disciplinando esa indignación, ese malestar, hacia planteamientos reformistas, cuya finalidad es encontrar ese capitalismo amable, o un regreso imposible al manido Estado del Bienestar, soslayando de esta manera el tan temido estallido social y la lucha contra este sistema opresor.

    Desde nuestra perspectiva parten de un error de concepto, que es el de considerar al Estado, como un ente neutro, que no se decanta por una u otra clase social, de esta manera el poder, la fuerza de ese Estado residiría en el gobierno, es decir en las urnas, cuando evidentemente el Estado no es sino un instrumento de dominación de clases y su fuerza su poder, reside en los poderes fácticos, que no van a dudar en aplicar sus inmensos poderes coercitivos cuando las clases dominante vean peligrar sus privilegios.

    A estas alturas resulta axiomático decir que la solución a los problemas de la clase trabajadora pasan por la superación del sistema capitalista, el camino sin duda es arduo, difícil, pero no es aceptando y legitimando sus reglas del juego, sus instituciones, como podremos conseguir nuestros objetivos.